Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y el conmigo. Apocalipsis 3:20.
El pecado tuvo su origen en el cielo, cuando Lucifer se rebeló, su egoísmo lo dominó tanto que se engrandeció, leamos: “Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo, en lo alto, por encima de las estrellas de Dios levantaré mi trono… Sobre la altas nubes subiré, y seré semejante al Altísimo” Isaías 14:13-14. Además, fomentó tanto el desacuerdo de los ángeles que unos lo siguieron. Después engañó a Eva. Dios ha podido imponer su voluntad y destruirlos, pero no fue así. Lo que se impuso fue el reino del amor, comprobado con la muerte ignominiosa que sufrió Jesús. Su objetivo fue y es salvar al pecador que se arrepienta. El Creador del universo dio a cada uno de los seres creados plena libertad. Según las investigaciones astronómicas hay muchos mundos con las condiciones del nuestro. Esto significa que nuestra tierra es como un libro abierto, donde seres del universo, contemplan maravillados el misericordioso plan de redención.
Desde ese comienzo, la rebelión siempre ha existido y tiene el mismo fin. Dictadores, terroristas, guerrilleros, delincuentes, asesinos y hasta personas que se consideran dignas, como creen tener la razón, con el fin de imponer sus ideas, cometen los más horrendos crímenes. Algunos, igual que muchos musulmanes, aunque se definen como pacifistas, dan gracias a Alá su Dios, por sucesos como el de las torres gemelas de Nueva York, el años 2006, donde además murieron casi tres mil personas.
Aunque fuimos creados “a su imagen y semejanza”, El Salvador desempeña una función de amor, para que sea restituida la vida eterna y haya un rechazo al pecado. Uno de sus tantos mensajes es: “Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y el conmigo”. Esto significa que él nos dio la libertad para decidir entre aceptarlo o no. Lo único que lo aleja de nuestras vidas es el rechazo constante. El amor no se impone. Muchos sin darse cuenta siguen al dios del mal, que en una u otra forma los lleva por caminos equivocados. Si una persona cree tener la razón y se llena de orgullo y egoísmo, no oye ni entiende a nadie. Lo triste es que esto se ve en todas partes, especialmente en la política, el comercio, la sociedad y en la vida conyugal. Según las encuestas, son pocos los hogares donde reina la armonía. Si el egoísmo impera, el fracaso es completo. Todo el que se deja dominar por los sentimientos negativos se convierte en un amargado y transforma su hogar en un infierno.
Dios no obliga a nadie a seguirlo. El que no está con Cristo, cae bajo el dominio del enemigo. Así sean intelectuales, si no hay un contacto permanente con Dios, por medio del estudio de su Libro Sagrado y la oración, el enemigo tenderá su manto oscuro, para confundirlos y que sigan sus caminos.