- Lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios 1ª Corintio 1:27.
Las principales personas de Francia eran: Farel, Berguin, Calvino y Lefevre. El último era catedrático e investigador de la Universidad de Paris. Se había dedicado a escribir la historia de los santos-mártires. Con el fin de conseguir datos, comenzó a leer la Biblia y todo cambió. Farel, uno de sus discípulos y devoto católico, aceptó la verdad y comenzó a predicar. Lefevre tradujo el Nuevo Testamento al francés y fue publicado, cuando salió la Biblia en alemán. Hubo paz, pues el Rey contenía la ira del clero.
Berguin, un noble e instruido francés, era partidario de Roma y enemigo de Lutero. Un día comenzó a leer la Biblia y su vida cambió. Los papistas lo arrestaron tres veces, pero el Rey lo soltaba. Sus amigos le advirtieron del peligro y le aconsejaron que se fuera para otro país. Un día, la estatua de la Virgen amaneció mutilada. Los monjes usaron eso contra Berguin y lo apresaron. Como el Rey estaba fuera de París, ese día lo enjuiciaron y lo ejecutaron. Su rostro reflejaba paz. Desde el cadalso, antes de morir, se dirigía al pueblo para que no lo oyeran, los monjes gritaban y soldados batían sus armas.
Juan Calvino era un talentoso y religioso estudiante. Lo conmovía la Reforma, y puso a prueba la teología romana y el protestantismo. Un día pasó por una plaza y vio a un mártir en la hoguera, daba prueba de su fe en la Biblia, decidió estudiarla y se acercó a Jesús. Se educó para sacerdote, pero no fue ordenado. Se dedicó al evangelio. Sus amigos los estimularon y comenzó a predicar. Volvió a París y la hermana del Rey, le pidió que predicara en las iglesias. Los clérigos se opusieron, ella abrió las puertas del palacio y un salón servía de capilla. Muchos asistían. El Rey estaba ausente, cuando regresó dispuso que predicara en dos capillas. Calvino estaba en retiro cuando lo condenaron. Sus amigos llegaron a su casa y mientras los emisarios llamaban a la puerta, lo ayudaron a bajar por una ventana. Llegó a la choza de un agricultor amigo, se disfrazó con su ropa, salió y se refugio. Después predicaba en una universidad y el número crecía, entonces acordaron reunirse fuera de la ciudad, y un grupo se convertía en evangelista.
El siglo XVI, Francisco I estimulaba el cultivo de las letras y toleraba la Reforma. Por carteles que alguien colocó en contra de la misa, y uno en la puerta de su cámara todo cambió. Muy enojado decretó que los protestantes fueran destruidos, abolió la imprenta pues editaba la Biblia. El clero exigió que fijara una sentencia, el 21-01-1535 realizaron esa espantosa tarea. Al amanecer una larga procesión salió del palacio. Iban con cruces y teas encendidas, los frailes luciendo sus vestiduras y una colección de reliquias, seguían los príncipes y el Rey con la cabeza descubierta, como una penitencia por el pecado de sus súbditos. La marcha la cerraban la reina y dignatarios. Sacaban de las casas familias encadenadas y las quemaban a fuego lento. Morían con dignidad. En todo París había tantos cadalsos, que el aire se oscureció con el humo de las hogueras.
El Rey triste dijo: si alguien pertenece a “esa asquerosa podredumbre” aunque sea mi hijo lo sacrifico. Todos llorando juraban aniquilarlos y decían: “Viviremos y moriremos en la religión católica”. Creían que servían a Dios persiguiendo y matando a su pueblo. Ese rechazo trajo sus consecuencias: en el mismo lugar fue establecida la “diosa razón”. Otra procesión organizada se formó 258 años después: el 21-01-1793, el Rey fue llevado a la guillotina y ejecutaron a 2.800 personas. Rechazaron la luz y sembraron anarquía y ruina, que tuvo su efecto durante la Revolución Francesa.
El francés Farel se refugió en Suiza. Para que el evangelio llegara a su país, empezó a predicar en sitios fronterizos. Siguió con su propósito y logró que miles aceptaran el Evangelio. Lo citaron a un consejo, los clérigos llevaban armas bajo su sotana, otros lo esperaban con espadas y palos por si salía vivo, pero Dios lo salvó. Establecieron la inquisición, miles de nobles y eruditos eran asesinados. Ginebra, un pequeño país rodeado de enemigos, se convirtió en bendición, miles de fugitivos llegaban buscando refugio y después regresaban a sus países. (Base: El Conflicto de los Siglos pp. 224-251)