Jesús le dijo: Vete tu fe te ha salvado. Marcos 10:52
En uno de mis viajes a California, por ciertas molestias tuve que ir al médico. Los análisis revelaron que tenía en la matriz, un tumor del tamaño de un bebé de tres meses de gestación. No era maligno, pero requería intervención quirúrgica. Dos días más tarde, mientras me encontraba en el consultorio del cirujano, la duda como una sombra me invadió. No podía dejar de pensar en mi compromiso, con la educación de mis hijos y en mi delicada situación cardiaca. Un poco preocupada le pregunté: -Doctor, si el tumor no es maligno, ¿puede esperar hasta que yo regrese a mi país?
-¡Oh, sí! –Respondió. No hay problema. Pero el tumor está en proceso de crecimiento y debe ser extraído.
Yo vivía en Sudamérica y mis tres hijos estudiaban en Estados Unidos. Aunque ellos pagaban la mayor parte de sus estudios con su trabajo, necesitaban de mi aporte económico para mantenerse. Una calurosa tarde, cargada de paquetes y problemas regresé a mi país, a mi casa. Enferma, afligida y sola acudí a Jesús. Con oración y basada en un estudio detenido del libro Consejos sobre el régimen alimenticio, de Elena de White, puse en práctica el consejo divino sobre la salud y la alimentación. Primero se sometí a un ayuno de frutas, especialmente de uvas. Anteriormente había leído sobre las propiedades de las uvas, así que diariamente consumía alrededor de un kilo. Después fui añadiendo los vegetales, las verduras y los demás alimentos requeridos, para tener una dieta balanceada. No me operé. El tiempo siguió su curso y yo continuaba visitando a mis hijos en los Estados Unidos. Cada vez que compraba un pasaje, lo primero que especificaba era la comida: completamente vegetariana.
Diez años más tarde necesité varios exámenes de laboratorio, entre ellos un ecosonograma. Cuál no sería mi sorpresa cuando la especialista me preguntó:
-¿Tuviste un tumor en la matriz?
Un recuerdo doloroso me estremeció.
-Sí. –Respondí. ¿Tengo algún problema? ¿Necesito ser operada?
-¡Oh, no! Tranquilízate. El tumor se secó. No te afecta en nada. No necesitas ser operada –me dijo pausadamente.
De aquel diagnóstico de hace veinte y cinco años, aún quedan en mi cuerpo los restos de un tumor que desapareció por fe. Esta evocación hace que en mi pecho brote un canto de gozo. Comprendo que cada individuo es diferente, pero si con oración nos ponemos en las manos del Salvador, recibiremos la sabiduría necesaria para saber qué hacer en cada caso. Jesús decía a los enfermos cuando los sanaba: «Conforme a tu fe sea hecho».
(Publicado en la revista “El Centinela”, septiembre del 2002)
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