Misericordia, paz y amor os sean multiplicados. Judas 2
¡Cuán diferente será nuestra relación con el prójimo, y cuánta paz irradiaremos al mundo, si estamos impregnados del amor de Cristo! Un fin de semana, un matrimonio me invitó a una reunión familiar, la edad de la pareja se aproximaba a los 60 años, la madre del caballero pasaba de los 80. Me impresionó la forma tan déspota, como esa anciana trataba a su único hijo, sin considerar ni siquiera que era un inválido. Un insignificante olvido hizo que esa dama iracunda, no sólo ensombreciera el ambiente de la reunión, sino que hasta usó expresiones, que profanan el santo nombre de Dios. Después supe que sus vecinos, la llaman “la dama del trago amargo”. Aunque tiene más de 40 años en el evangelio, y con regularidad iba a una de las iglesias cristianas, pienso que no recibió suficiente información para crecer con paciencia, fe y el amor de Cristo.
En el ocaso de su vida, es difícil que una persona cambie. Si ha sido envidioso, egoísta, amargado o chismoso, continuará reflejando lo que ha cultivado durante su vida, pues las tiene arraigadas en su mente. Se debe saber que ángeles llevan un registro de nuestros actos y palabras en los libros del cielo: “el carácter es lo único que llevaremos de esta tierra al cielo”, prepararnos es la empresa más importante de nuestra vida. Dios da instrucciones, para que nos vaya bien y alcancemos la salvación. En Colosenses 3:8 se insta a dejar: “ira, enojo, malicia, blasfemia y palabras deshonestas”. Debemos pedir cada día, que Dios nos ayude a vencer los defectos y debilidades de nuestro carácter. Lo que para nosotros es imposible, para Dios no y tiene poder para transformarnos, de modo que lleguemos a ser un testimonio de las maravillas de su amor.
He conocido a personas, que tratan a sus familiares, ya sean cónyuges, hijos y hermanos, como si fueran sus enemigos. Confundidos creen que sus prójimos son los que no pertenece a su familia. Debemos ser cuidadosos en el mal testimonio que damos, pues “los ángeles al pronunciar el nombre de Dios cubren sus rostros, ¡con cuánta reverencia deberíamos pronunciarlo nosotros, que somos seres caídos y pecadores!” La Educación p. 283. Todos nos equivocamos. Lo que nos salvará no son los años que tengamos en la iglesia, ni los cargos que ocupemos, ni las buenas obras que realicemos, sino la transformación que el Espíritu de Dios haga en nuestras vidas. Debemos orar para acudir, con verdadero arrepentimiento y humildad al trono celestial.