Tu pleito

Tu pleito yo lo defenderé. Isaías 49:25 

             Las reminiscencias invaden mi mente, cada vez que oigo hablar sobre las tendencias, que tienen unos cristianos de inmiscuirse en polémicas religiosas. Vivía al noroeste de Colombia y pertenecía a la única familia adventista de la localidad. Estaba rodeada de católicos, también de evangélicos, mis hermanos todos menores que yo, asistían a su escuela. Aprovechando la unión de la iglesia y el Estado, algunos clérigos fomentaban la violencia religiosa, me acostumbré al canto “fuera, fuera protestantes, fuera, fuera de la nación”. Convencida que tenía la verdad, me propuse defender mis creencias. Cada día me preparaba y siempre estaba lista para discutir con los evangélicos. Con los jóvenes católicos y sus dirigentes, no me atrevía a entrar en polémica, ni argumentar en contra de sus puntos básicos, pues los temía. Mi adolescencia fue así, por cuestiones de estudio, a los 18 años abandoné mi ciudad. Desde hace un tiempo, miro esa actitud diferente. Dios prometió defender nuestro pleito, en la Biblia no se nos manda a pelear la batalla de Dios. El llamado es a testificar de las bendiciones que nos otorga. Con ternura se nos invita a impregnarnos de su amor. Si reflejamos su carácter en cada acto de nuestra vida, nos convertiremos en “carta de Cristo… conocidas y leídas por todos los hombres” 2ª.  Corintios 3:3-2. Un testimonio así es muy eficaz, sencillo y seguro.

Cuantas veces, con asombro, hemos contemplado como Dios ha utilizado a las mismas personas, que basados en sus conocimientos técnicos o científicos, dan un testimonio que defienda nuestro pleito. Viví una experiencia similar, consternada por los quejidos de una doliente mujer, me ofrecí para darle sencillos masajes hidroterápicos. Una vecina, que no cree en nada que no tenga prescripción facultativa, como vio la mejoría y supo de los masajes, quiso impedirlos. No sé cómo su médico se enteró, pero citó a la enferma. Alguien me informó, me pareció raro y me puse a orar:

Creo que este pleito es de Jesús. Yo no tengo ningún interés personal, ni económico. Lo maravilloso fue que cuando mi amiga regreso de la consulta, me telefoneó muy emocionada. La acompañó su incrédula vecina y fue testigo del examen, y de las preguntas que, sobre los masajes hizo el galeno. Los consideró útiles y recomendó continuarlos. Confirmé y confió que mi “pleito, Dios lo defenderá”

Articulo publicado en Volumen I. Guarda el enlace permanente.

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