- El que permanece en amor, permanece en Dios y Dios en él. 1 Juan 4:16.
Sé por experiencia que el enemigo trabaja incansablemente para perturbar y confundir, a quienes tratan de seguir sus pasos por la senda que Jesús trazó. El siguiente testimonio marcó el inicio de una nueva etapa en la vida de un profesor.
Me consideraba un buen cristiano: era cuidadoso en el cumplimiento de las normas establecidas y enemigo de los vicios. Me gustaba mi profesión y tenía un hogar estable. Era un hombre feliz. Si no tenemos un crecimiento espiritual constante y no andamos cada día con Jesús, fácilmente podemos desviarnos de su senda. Eso estaba pasando en mi hogar. La rutina que adormece la conciencia se apoderó de mi esposa, fue presa fácil del espejismo del mal. Nuestro hogar se convirtió en un infierno. Mi mundo de hojarasca se volvía cenizas. Entre más me aferraba a mi capacidad, para solucionar los problemas, un abismo profundo se abría. Nadie que no haya pasado por una situación similar, puede comprender cuanto sufrí. Angustiado y aturdido hasta me quería morir.
Un viernes de noche, mientras meditaba, el Espíritu Santo tocó mi corazón. Comprendí cuan débil era mi fe. Empecé por despojarme de mi autosuficiencia y a poner mi vida a los pies de Cristo. Renací. Esa noche sentí que no estaba solo, y una paz inexplicable me inundó. El cambio que se operó en mi mundo interior, repercutió en mis relaciones tanto en el hogar como fuera de él. Empecé a mirar con simpatía hasta a las personas que debía odiar. Aunque las sombras no se disiparon y tuve que divorciarme, pero la esperanza y la fe me sostienen. Estoy convencido que mi ángel guardián, me revela que en el hogar de los redimidos, la infinidad de veces que me guardó del mal, salvó mi vida. Sé por experiencia que sin Cristo, todo esfuerzo es vano e inútil. Siento que Jesús está a mi lado, sólo le pido que me ayude a conocer, qué debo hacer cada día y en cada momento, para serle fiel hasta el fin. Siempre oro y pienso en Dios.