Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud. 3ª. Juan 2.
Una vecina murió a la edad de 34 años. Era una viuda alta y hermosa, madre de dos adolescentes. Su mal se originó unos diez años antes, cuando comenzó a preocuparse por los síntomas del cáncer. Quería estar sana y se preparaba para descubrirlo en sus comienzos. Si sentía algún indicio, iba al médico y se sometía a los exámenes pertinentes. Eso le daba cierta tranquilidad momentánea. Un día le descubrieron un tumorcito microscópico. No era maligno. Se operó y continuó con su inquietud, hasta que apareció el tumor que su temor había alimentado. Aunque fue intervenida quirúrgicamente en tiempo breve, no se recuperó. Según ella, su actitud mental y el miedo a padecer esa enfermedad, no le permitieron disfrutar de la vida, ni la compañía de sus hijos y la condujeron a la muerte. Sin duda que sus hijos necesitaron tiempo, para recuperarse del trauma que quedó en sus mentes.
La relación entre la enfermedad y la mente, es uno de los tantos tópicos sobre los cuales escribió Elena de White (1827-1915), mucho antes que la medicina moderna tuviera los avances actuales. Para nuestro beneficio, Dios le dio suficiente luz, que podemos encontrar en varios de sus libros. Leamos la siguiente cita: “gran parte de las enfermedades que afligen a la humanidad tienen su origen en la mente y sólo pueden ser sanadas por la restauración de la salud mental… Nueve de cada diez enfermedades se originan en la mente” (Mente carácter y personalidad p.63 y 59). Esto significa que muchos mueren de enfermedades imaginarias. Además la escritora insiste en la necesidad que tiene cada individuo en conocer su organismo, de modo que colabore consigo mismo, para conservar y recuperar su salud.
Es necesario tener la mente ocupada, con pensamientos nobles y positivos. No debemos concentramos demasiado en nuestros males, la imaginación no sólo produce enfermedad, sino que agrava los síntomas y acelera la muerte. Los dolores forman parte de la naturaleza, existen y no desaparecen fácilmente. Lo que debemos hacer, con la ayuda de Dios, es llenarnos de pensamientos positivos, para que los dolores no encuentren espacio en las mentes, y la luz celestial nos inunde.