Por sus frutos los conoceréis. Mateo 7:16.
La Biblia profetiza las bendiciones, que recibirán todos los que arrepentidos sigan al Salvador. Como habrá cambios en sus vidas: los orgullosos y vanidosos se volverán mansos y humildes, los borrachos serán templados y en el corazón de los corrompidos nacerá la pureza. Esos cambios darán una hermosura interior, que reflejará la presencia de Dios en sus vidas. Hay iglesias con aparente reavivamiento, pero están alejados de Dios. A menudo hacen llamadas, que excitan las emociones y satisfacen las inclinaciones erradas, porque mezclan la verdad con la mentira. Los conversos de ese modo, tienen pocos deseos de conocer las verdades bíblicas. A pesar del decaimiento espiritual, en todas las iglesias hay verdaderos creyentes, que irán a la patria celestial.
Muchos predicadores dan poca importancia a la ley de Dios. Aseguran que fue abolida con la muerte de Cristo. Según Apocalipsis 22:14, son “Dichosos los que guardan sus mandamientos”, al llegar a la patria celestial entrarán “por las puertas de la ciudad” de Dios. En otro de los textos bíblicos leemos: “El amor no hace mal al prójimo; así el amor es el cumplimiento de la ley” Romanos 13:10. Esto significa que si se alcanza la verdadera conversión y se obedece su Ley, el amor divino nos invadirá.
Veamos unos ejemplos bíblicos del verdadero acercamiento a Dios. El profeta Daniel fue llevado cautivo y vivió lejos de su pueblo, siempre estuvo en contacto con el cielo y fue considerado “muy amado” de Dios. No se jactaba de su santidad, en sus oraciones, pedía perdón por sus pecados y los de su pueblo. Sobre la impresión que tuvo cuando vio al Hijo de Dios, en Daniel 10:8 escribió: “Quedé sin fuerza y desfallecí”. El profeta Isaías 6:5 cuando vio la gloria de Dios: “Entonces dije: ¡Ay de mí, que soy muerto!”. El apóstol Juan también vio la gloria del Hijo de Dios, según Apocalipsis 1:17, “Cuando lo vi, cayó como muerto a sus pies”. Estos personajes son modelos, que nos ayudan a comprender que nadie debe glorificarse, ni ser arrogante, pretendiendo ser santo y estar libre del pecado. Tampoco podemos condenar a nadie. El que se cree seguro dista de la realidad, leamos: “el que dice: Yo le conozco y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él” 1ª. Juan 2:4. Los que verdaderamente aman a Dios, lo demuestran con humildad y prestan un mejor servicio, a la sociedad y al medio donde se desenvuelvan, porque según Santiago 2:17 “la fe sin obras es muerte”.
Por el amor al dinero y placeres mundanos, miles gastan tanto que roban a Dios los diezmos y las ofrendas, dinero que es para sostener a los predicadores del evangelio y los a pobres. Otras cosas son la sensualidad, “la concupiscencia de la carne… y la soberbia de la vida”, elementos que dominan a muchos. El cristiano no debe dejarse esclavizar por ningún hábito, que arruine su salud y acabe con su felicidad. Si oramos constantemente, el Espíritu Santo nos inundará tanto, que verdaderamente convertidos, nos acercaremos cada día más al Salvador. (Base: El Conflicto de los Siglos p. 514-532)