Serás librado de la mujer extraña. Proverbios 2:16.
El rey Herodes sabía que Juan el Bautista era “justo y santo”. Como condenaba su unión con la esposa de su hermano, se dejó manipular por ella y lo encarceló. Después, en una depravada fiesta, con los sentidos embotados, prometió bajo juramento a su hijastra y sobrina, que le daría lo que ella pidiera: “hasta la mitad del reino”. La joven consultó con su madre y pidió, inmediatamente la cabeza de Juan el Bautista. Aunque el rey se entristeció, acabó con la vida del preso. En la escena, Herodías insultaba la cabeza ensangrentada del Profeta, eso atormentó a Herodes el resto de su vida. La alegría de ella se trocó en angustia y “su nombre se hizo notorio y aborrecido”. La insistencia en el pecado conduce a la más baja degradación. Cuando Jesús fue llevado a comparecer ante el mismo Rey, si bien recordó a Juan el Bautista y tuvo temor, su conciencia entenebrecida prevaleció. Menospreció y hasta se burló del Hijo de Dios. Su final fue triste, murió “comido de gusanos”.
Antes de entrar en la tierra prometida, los israelitas acamparon cerca de Moab. Su Rey envió embajadores a Mosepotamia, donde vivía el profeta Balaam con regalos para seducirlo, de modo que fuera y maldijera al pueblo de Dios. Los donativos despertaron su codicia y se dejó cautivar por el pecado. Dios no le permitió pronunciar maldiciones, dio consejos que sumados a la inactividad de pocas semanas los alejaron de Dios. Al principio, las relaciones de los israelitas con sus vecinos paganos eran escasas, “después las mujeres comenzaron a introducirse en el campo. Su aparición no causó alarma. Ocultaron sus motivos bajo la máscara de la amistad… El Rey decidió celebrar una gran fiesta en honor a sus dioses, secretamente se concertó en que Balaam indujera a los israelitas a asistir. Ellos lo consideraban profeta de Dios y no le fue difícil alcanzar su fin… Se aventuraron a pisar terreno prohibido… Los que no pudieron ser vencidos por las armas, fueron presa fácil de las rameras” Patriarcas y Profetas p. 488. Balaam fracasó, profesaba servir a Dios, pero sus deseos contradictorios lo llevaron a su ruina. Su vida fue corta, murió con los enemigos del pueblo de Dios.
Fui amiga de dos damas cristianas, procedían de distintos países. Se casaron con caballeros elegantes, inteligentes, sencillos, nobles y trabajadores. El fin de una fue escapar de las restricciones de sus padres, el de la otra limpiar su honor. Cada matrimonio tuvo dos hijos. La ruina entró en sus hogares, pues las damas se sintieron cautivadas por otros hombres. Continuaron en el camino equivocado y se divorciaron. Pero no dejaron a sus ex-esposos en paz. El fin de uno fue trágico: estuvo seis meses en la cárcel y otro tanto en un psiquiátrico, su muerte fue repentina. Aunque la dama estaba casada por tercera vez, en esos funerales lloraba y pedía perdón. El peor castigo es el peso de una conciencia culpable. El otro volvió al Padre Celestial y recuperó su miseria física, espiritual y económica.
La influencia malsana de mujeres no temerosas de Dios es inmensa. El caso más conmovedor de una vida destruida, por unirse con una enemiga del pueblo de Dios fue Sansón. En cambio José, a pesar de las insinuaciones de la mujer de su jefe, se mantuvo firme. Cuando ella se dio cuenta que sus trampas habían fracasado, lo acusó falsamente y José terminó en la cárcel. Nuestro Padre Celestial que conoce los corazones, premió su fidelidad: de la cárcel pasó al palacio, de prisionero a gobernador de Egipto.