Honra a tu padre y a tu madre. Mateo 19:19.
La influencia de la madre no termina nunca, se hace sentir siempre a favor del bien o del mal. El carácter de sus hijos es el mejor testimonio de su valor o debilidad.
En la vida de Jacob, hay un hecho relacionado con la influencia del ambiente, en el momento cuando masculino y femenino se unen, para dar origen a una nueva vida. Después de trabajar varios años con su suegro Labán, decidió irse. Dios bendijo su labor, como la riqueza de su suegro se había multiplicado, le pidió que se quedara. Acordaron que su salario sería “toda res negra entre los corderos y toda res moteada entre las cabras”. Ese día, Labán sacó el ganado que tenía esas características y los llevó a otro lugar. Jacob continuó con su trabajo, “buscó varas tiernas de álamo, almendro y plátano y peló en ellas franjas blancas, dejando al descubierto lo blanco de las varas”. Colocaba las varas peladas donde iban los animales a beber y engendraban, cuando parían tenían los rasgos mencionados. Cada vez que su suegro le cambiaba el salario, Jacob cambiaba las varas que ponía delante de los animales y también se enriqueció. Génesis 30:32-43.
Si eso sucede con el ganado, significa que en el vientre se empiezan a formar con nuestros pensamientos y acciones, el carácter de los hijos. Según algunos, la educación comienza nueve meses antes del nacimiento, porque en el vientre, además del alimento, se nutre de las emociones y sensaciones que rodean a la madre. Según otros, comienza unos veinte años antes, con el nacimiento y educación de la madre. Esto se explica, porque la madre tiene el privilegio, de tenerlo dentro de su vientre por nueve meses, después lo amamanta y está con el bebé la mayor parte del tiempo. Es un privilegio superior al de los padres. Todas las madres debemos pedir sabiduría a Dios, para cumplir con esa gran misión, que tenemos en esta tierra.
Son muchas las historias que he oído de madres, que sembraron en sus hijos rasgos negativos, que ensombrecieron sus vidas. Un caso impactante es el de una dama, que pasa de los 40 años. Su madre perdió a sus dos primeros hijos en un accidente. Esa niña nació tal vez por ese dolor. Como no estudió ni se casó, no tiene profesión, siempre se concentra en ella. Hoy: el estrés, la presión alta, el colesterol, la diabetes, la excesiva obesidad y sus fuertes dolores le impiden caminar. Pasa las 24 horas del día encerrada en un apartamentico, su principal preocupación es la comida. Es triste su condición. Aunque ella dice que su capacidad intelectual no es normal, recuerda fechas y detalles de su familia y amigos tan asombrosos, que mantiene conversación amena por largo tiempo con quien la visita. Vive sola, sus padres murieron y casi no tiene amigos.
Nuestros hijos son como esponjas, que absorben los detalles buenos y malos de nuestra vida, sin proponérselo son un reflejo nuestro. La vida problemática de muchos jóvenes, generalmente tiene su origen en los defectos del carácter de uno o de ambos padres, que al no ser transformados por el Espíritu Santo, ejercen una influencia negativa. Las prioridades erradas dejan su oscuro manto de dolor.