He aquí yo les traeré sanidad y medicina; y los curaré. Jeremías 33:6
Algunos consideran que las historias bíblicas de endemoniados son símbolos de enfermos mentales. Muchas veces se habla del castigo y de Dios, sin enfatizar que las consecuencias de la insistencia del pecador, es lo que lo lleva a perder la protección celestial. Si esto sucede, el individuo queda a merced del enemigo, que siempre está listo y se deleita en su destrucción. En la vida del ser humano no hay puntos neutros ni intermedios. El acercamiento al pecado conduce al alejamiento de Dios, porque el bien y el mal no compaginan. Entonces surgen los problemas de conciencia. Como una consecuencia lógica de estas dos fuertes contradicciones, llega el sufrimiento, que fácilmente se convierte en estrés, depresión y hasta puede llegar a intentos de suicidio. Toda vida falsa termina mal y conduce a las personas a su propia destrucción.
Los siquiatras y médicos tratan de hacer mucho para controlar el organismo, pero jamás una persona que arrastre sobre sí, el peso de una conciencia culpable alcanzará su salud mental, si no hay un verdadero arrepentimiento y una entrega completa al Médico Divino. Leamos lo siguiente: “En la sinagoga de Capernaún Jesús estaba hablando de su misión de libertar a los esclavos del pecado. De pronto fue interrumpido por un grito de terror. Un loco hizo interrupción de entre la gente, clamando: Déjanos, ¿qué tenemos contigo Jesús de Nazaret?… Jesús reprendió al demonio diciendo: enmudece y sal de él… La causa de la aflicción de ese hombre residía en su propia conducta. Le habían fascinado los placeres del pecado… Cuando hubiera querido sacrificar sus bienes y placeres para recuperar su virilidad perdida, ya estaba incapacitado y a merced del maligno” Ministerio de Curación p. 60. En esta historia, el terrible conflicto interno fue vencido por el poder sanador de Cristo. Tal vez, muchos trastornos mentales tienen ese mismo origen. Según las investigaciones de los avances de la ciencia moderna, gran parte de las enfermedades comienzan en la mente, ya porque se acarician las dolencias, el odio, el rencor, la envidia, los sentimientos de culpabilidad y otros pensamientos negativos.
Cuando Moisés bajó del Monte Sinaí, después de pasar cuarenta días y noches hablando con Dios, como los israelitas cometieron un grave pecado al adorar un becerro de oro y no se habían arrepentido, tenían miedo de acercarse, porque “su rostro resplandecía”. Entonces, Moisés para darles el mensaje de Dios, tenía que cubrir su rostro con un velo. Igual pasa a toda persona que insiste en llevar una vida de pecado, la presencia de Dios y la santidad del cielo lo atormentan. El enemigo no puede leer los pensamientos, pero observa las palabras, gestos y movimientos con el fin de inducirlos a pecar.
Muchos estudian los libros sagrados y las leyes de su país, con el fin de justificar los errores que tienen en sus mentes: llaman a lo malo bueno y a lo bueno malo. Convencidos que proceden bien, los dictadores y otros enfermos mentales torturan y asesinan a los que no los apoyan. Es doloroso saber que algunos actúan con tanta alegría, que se consideran héroes. Una satisfacción tal dura poco, así sucedió con los dirigentes religiosos y políticos, que condenaron y torturaron despiadadamente a Jesús, durante las últimas doce horas de su vida. Cuando las personas se alejan de Dios, como no dejan espacio para que la luz celestial penetre en sus mentes, se convierten en terriblemente crueles.