El sueño de un niño

Dale buena educación al niño de hoy y el viejo   de mañana jamás la abandonará. Prov. 22:6.

“¡Seré pastor cuando sea grande!” Estas palabras aún resuenan en mis oídos. Las pronunció mi primogénito hijo por primera vez, en una reunión familiar campestre, en medio del verdor de la naturaleza. Todavía me parece verlo y oírlo, con sus cuatro años y mientras corría hacia sus tíos y su abuelo repetía la misma frase, impregnando el ambiente con su inocencia, su alegría, su dinamismo y sus travesuras de niño.

Cuando lo oigo predicar recuerdo su niñez. Una vez le enseñé un versículo bíblico, para que lo dijera el sábado en el culto, se asustó tanto que terminó llorando. El tiempo siguió su curso y mi niño crecía. Finalizó la escuela secundaria a los 16 años. Su padre, que hacía algún tiempo había abandonado la iglesia, no deseaba que continuara estudiando en instituciones cristianas. A pesar de esa oposición, ser menor de edad y los escasos recursos económicos, decidió unir su suerte con el pueblo de Dios. Fue a los Estados Unidos, como mi salud no era buena y para evitar complicaciones, le supliqué que estudiara cualquier cosa, menos religión: decidió química. Poco antes de comenzar su último año, un pastor necesitaba que llevaran su carro de California a Miami, con un amigo realizó el viaje. Un día después, mientras se bañaba, se resbaló y con su brazo izquierdo rompió la puerta de vidrio de la bañera. Mi hijo gritó, su amigo acudió y llamó una ambulancia, que rápidamente lo trasladó a un hospital. Viajé a Miami dos días más tarde. Mi hijo sufría de fiebre muy alta y deliraba. Mi intención era llevarlo conmigo a Venezuela, sus clases ya habían comenzado y probablemente no podría graduarse. La recomendación médica fue diferente: debía continuar sus estudios, como necesitaba terapia para la rehabilitación de su brazo, el lugar donde estudiaba era el mejor. Con tristeza, lo acompañé al aeropuerto, iba pálido, débil y con el brazo entablillado. Con plegarias a Dios, regresé a mi país.

Como no podía utilizar su brazo en el laboratorio, en una de las materias de su especialidad, no tuvo la nota requerida. Me llamó triste. Yo estaba preparada para eso y lo animé. Era mayor de edad y decidió hacer realidad su sueño de niño: el año siguiente se graduó en religión y después su Maestría en Salud Pública. Ya casado y con su primer hijo, regresó a Venezuela. Con la esperanza de encontrar un buen trabajo, consiguió una entrevista con el director de Sanidad. Como en nuestros países la política impera sobre el conocimiento, a pesar de sus excelentes credenciales tanto del Condado como de la Universidad de Loma Linda, no podían darle el trabajo sin la aprobación del partido de gobierno. Mientras hablaba, se le escaparon lágrimas de pesar por lo absurdo del sistema político imperante. En 1983, inició su obra misionera en el Distrito de Guayana, al oeste de Venezuela. Fue ordenado de pastor seis años después, un once de enero, que coincide con mi cumpleaños. En fecha posterior le nació su hermosa hija. El cielo lo ha premiado tanto en su trabajo como en su hogar. Hoy es director del programa de capellanía de un hospital de California, tiene dos maestrías y un doctorado. Dios siempre guía a nuestros hijos, aunque algunas veces nos parecen misterios.

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