Cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo. Gálatas 4:4.
Cristo nació en el momento cuando el escenario mundial estaba preparado: había tranquilidad en Judea, el Imperio Romano estaba en su mayor esplendor, el Antiguo Testamento había sido traducido al griego, un idioma muy difundido. Muchos judíos estaban dispersos, acudían a celebrar las festividades religiosas en Jerusalén. Los rabinos y doctores estudiaban las Sagradas Escrituras, pero interpretaban las profecías de acuerdo con sus intereses egoístas. Sabían que ese era el tiempo de la llegada del Mesías y tergiversaban su misión. Lo esperaban como un rey poderoso, que los libraría del yugo de los romanos. Por eso cuando en la sinagoga de Nazaret, su pueblo natal, Jesús leyó en el libro de Isaías lo concerniente a su misión y dijo: “Hoy se ha cumplido esta profecía en vuestros oídos”, todos se sintieron tan ofendidos que, a pesar de que se jactaban de guardar la ley, querían matarlo. Llenos de ira, lo sacaron de la sinagoga y lo llevaron a la cima de un monte, con el fin de arrojarlo por el despeñadero. No pudieron, porque seres celestial estaban a su lado, Jesús “pasó por medio de ellos y se fue” Lucas 4:30, misteriosamente desapareció.
Jesús utilizó muchas parábolas, durante su ministerio como ilustraciones, para mostrar las grandes verdades y hacer más comprensible el plan de salvación. En la parábola “El sembrador”, se presenta Él como el que siembra la semilla. Si cae en buena tierra, el Espíritu Santo hace su obra en el corazón. En la parábola “El trigo y la cizaña” deja claro, que el enemigo siempre está cerca de los creyentes, trabaja para impedir la extensión del evangelio. Desde que el pecado entró en el mundo, el mal ha existido y existirá hasta el tiempo del fin. Incluso en iglesias hay personas separadas espiritual del Salvador, eso está ilustrado en la parábola: “La vid y los pámpanos”. En las parábolas “La oveja perdida” y “El hijo pródigo” hay una descripción de la condición humana: estamos perdidos, pero alcanzamos la victoria si confiamos plenamente en el poder de Dios. No importa cuan grande haya sido nuestro pecado, ni cuan alejados estemos de las cosas celestiales, si nos arrepentimos y retomamos el camino de Dios, está listo para sacarnos del fango donde nos encontremos.
Es imposible hablar de Cristo, sin hacer referencia de sus milagros. Antes de ascender al cielo dijo a sus discípulos: “mayores cosas de las que yo he hecho vosotros también haréis”. Los apóstoles continuaron los milagros y han continuado a través de los tiempos. El requisito es conocer nuestra debilidad, orar con fe y confiar en el poder de Jesús .
Hace pocos días, mi esposo asombrado me informó sobre la forma tan maravillosa cómo fueron librados, él y un amigo de un trágico accidente. Viajaban de una ciudad a otra en un automóvil, cuando el camión que iba delante de ellos, se le salió una de las llantas traseras, saltó velozmente y se dirigía hacia el automóvil donde ellos iban. Asustados y confusos invocaron el nombre de Dios: ¡El milagro se dio, la llanta se desvió y se estrelló sobre un montículo! Después, mi esposo dijo: “gracias a Dios que oramos antes de salir”. Los peligros existen y los milagros se dan en abundancia si siempre oramos.