Pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré. Hebreos 10:16.
Dios ha podido imponer su voluntad y destruir a Lucifer, cuando se rebeló y trató de ocupar el puesto del Creador, igual pudo hacer con Adán y Eva, pero no sucedió así. Lo que impuso fue el amor, comprobado con la muerte vil que sufrió Jesús, para salvar a los pecadores. Aunque fuimos creados a “su imagen y semejanza”, llama a la puerta de nuestro corazón, para que se le permita entrar, pero no se impone.
Imponer la voluntad en una u otra forma, es uno de los motivos que causa más problemas en el mundo. Toda persona que se llena de orgullo, no oye ni entiende a nadie. Es triste ver eso en la política de los dictadores, en el comercio por la irresponsabilidad de los empresarios, en la sociedad por los prejuicios y en la vida conyugal. Según las encuestas, son pocos los hogares donde reina la armonía. Si el egoísmo impera, el fracaso es completo. Todo el que se deja dominar por sentimientos negativos, trae amargura y dolor a él, a su cónyuge y a sus hijos, en lugar de paz y felicidad.
Según los psicólogos, el contacto que tengamos con otros, por limitado que sea, ejerce su influencia. Cada individuo, a veces termina tomando las costumbres y hábitos de las personas, con quienes se relaciona. Los ejemplos más comunes, los encontramos en las parejas, que después de años de casados, a pesar de proceder de lugares y hogares distintos, llegan a parecerse en gustos, ideas y rasgos del carácter.
Si el egoísmo nos domina, no entraremos en el hogar de los redimidos. La más elevada educación, que como humanos debemos recibir, es moldear nuestro carácter. Los hábitos que nuestros hijos aprenden en el hogar, los primeros años de su vida, son tan duraderos que ejercen su influencia el resto de sus vidas. Es significativo que los estimulemos con hábitos, que los capaciten para una vida mejor.
Desde el vientre de la madre se empieza a formar, con pensamientos y acciones, el carácter de los hijos, que además del alimento se nutre de las emociones, que rodean a la madre. Según otros, comienza unos 20 años antes, con el nacimiento y educación de su madre. Esto explica porque la madre tiene el privilegio, de tenerlo en su vientre en nueve meses, después está con el bebé la mayor parte del tiempo. Es un privilegio superior al de los padres. Debemos pedir la sabiduría Divina, para cumplir con esa misión.
Nuestros hijos son como esponjas, que absorben lo bueno y lo malo de nuestra vida, sin proponérselo son un reflejo nuestro. La vida problemática de los jóvenes, casi siempre tiene su origen en los defectos del carácter de su padre y madre, al no ser transformados por el Espíritu Santo, ejercen una influencia tan negativa, que dejan un oscuro manto de dolor. El carácter es lo único que de esta tierra llevaremos al cielo.