Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra? Lucas 18:8.
Hay incidentes trágicos, que se convierten en bendiciones. Elena tenía 9 años y cursaba tercer grado, estaba saliendo de la escuela con su hermana, una condiscípula muy furiosa lanzó una piedra contra otra estudiante, pero se estrelló en la nariz de Elena. El golpe la dejó tendida en el suelo sin sentido. Cuando recobró el conocimiento, alguien ofreció llevarla en su coche, como ignorando su condición, agradeció y dijo que podía caminar. La nariz continuaba sangrando. Apoyada de su hermana y su amiga, salieron y caminaban lentamente. Antes de llegar a su casa, se desmayó y tuvieron que cargarla. La recuperación fue lenta: estuvo tres semanas inconsciente.
Volvió a la escuela y sufrió decepción, por su rostro desfigurado sus amigas la rechazaron. Los dos años continuó tan mal que pocas veces podía ir a clase. Era imposible estudiar, pues se desmayaba con frecuencia y no memorizaba nada. Designaron a la joven que había sido la causa de su herida, para que la enseñara en su casa, era cariñosa y paciente, todo continuó igual, le temblaban las manos y no podía escribir. Le aconsejaron que dejara la escuela, se entristeció y no pasó del tercer grado.
Seguía muy enferma. Médicos le diagnosticó tuberculosis y sufría del corazón. Los frecuentes ataques de tos eran seguidos de hemorragias. Todos pensaban que moriría en cualquier momento. La impresionaban ciertas conversaciones de unos visitantes, porque aconsejaban a su madre que le hablara de su muerte. Elena se sentía tan mal, que también pensó que era lo mejor. Empezó a pedirle a Dios, con desesperación, el perdón de sus pecados. Experimentó profunda paz y creció el amor por su familia, vecinos, amigos y hasta desconocidos. Lentamente se fue recuperando.
En diciembre del 1844, decidió visitar a una amiga creyente, con el fin de participar en el culto de la mañana. Allí, arrodillados en oración tuvo su primera visión. Acababa de cumplir los 17 años. Dos años después, Dios en visión le ordenó que diera a conocer lo que le había sido revelado. Trató de escribir y se sorprendió por la fortaleza de sus manos, la tuvo el resto de su vida. Su matrimonio con Jaime White fue dirigido por Dios. En la instrucción celestial que recibió, hay consejos sobre errores religiosos, relación humana, principios de salud y tratamiento de ciertas enfermedades. La orientación médica fue muy avanzada para esa época, con datos científicos y desconocidos en su tiempo. Empezó a publicar folletos, con la información que Dios le había revelado.
Sus últimos años tenía secretaria, pero continuó escribiendo sola y sin interrupción. Dejó de escribir el día de su muerte. Nunca hizo gala del talento de escritora que Dios le dio. No hay mujer en el mundo, que la haya igualado en cantidad de sus libros, han sido traducidos a varios idiomas. Ejemplo, El camino a Cristo, está traducido a 117 lenguas. Visitó varios lugares y dio inicio a la obra Adventista en Norte América, Europa y Australia. Murió en el 1917, tenía 87 años. Pasó sus últimos 15 años cerca de Santa Helena, en el Estado de California. Allí completó diez de sus libros más importantes, entre ellos: El deseado de todas las gentes, Consejos sobre el régimen alimenticio, El Ministerio de curación, La educación y El Conflicto de los Siglos.