Confiad en Jehová perpetuamente, porque en Jehová está la fortaleza de los siglos. Isaías 26:4.
La mayor parte de mi vida he estado sola. Tal vez, eso me permitió desarrollar algo con mi amado Jesús, que va más allá de lo que yo misma puedo comprender. Todo comenzó cuando yo tenía ocho meses de nacida, como mi mamá se enfermó con viruela. Para evitar el contagio, mis abuelos se hicieron cargo de mí, pero yo llevaba el virus y contraje el mal. Había quedado muy débil y continué delicada por mucho tiempo. Meses después, mis padres fueron a la hacienda del trapiche, donde vivían mis abuelos, con el fin de llevarme de regreso al hogar. Yo estaba muy flaca y mis abuelos se habían encariñado tanto con su primera nieta, que la llegada de mis padres inundó la casa de tristeza. Todos lloraban. El amor y la compasión se mezclaban. Por mi constitución tan enfermiza, con sólo mirarme se les aguaban los ojos. Hasta pensaban que de un momento a otro, yo podía abandonar este mundo. Temiendo que el cambio tuviera fatales efectos, como mi mamá esperaba un nuevo bebé, decidieron dejarme con mis abuelos.
Me crie en la hacienda del trapiche, como era la niña consentida, corría y hacía travesuras, percibía el olor del cañaveral, comía frutas frescas del trópico, bebía jugo de caña y leche recién ordeñada. No había niño y mis tíos trabajaban. Ese encanto se esfumó cuando cumplí los diez años. Tenía que ir a la escuela y retorné al hogar de mis padres, como era la mayor me consideraban la intrusa. El golpe más duro lo recibí pocos meses después, cuando asesinaron a mi abuelo. Mis tíos, muy tristes, abandonaron la región. Un año más tarde, mi abuela murió de tristeza y con ella mis ilusiones.
Nací con un problema cardíaco congénito, al cual me he referido en folletos anteriores, se descubrió el quinto año de casada. Mi vida está llena de milagros. Lo que más trascendió fue mi exitosa operación, que además de solucionar mi problema cardíaco, quedó como un testimonio, pues fue filmado y presentado al público por el animador de televisión Renny Otolina, el más conocido que había entonces en Venezuela. Fui operada de corazón abierto el 13 de abril de 1967, por la gracia de Dios continúo aquí.
El dinero, las fiestas y los flechazos de Cupido cautivaron a mi esposo. Un día encontró una mujer inteligente y me dejó. Nos divorciamos. Nuevamente puse mi vida a los pies de Jesús y el camino se abrió. No tenía profesión y como necesitaba ayudar económicamente a mis tres adolescentes hijos, que habían decidido estudiar en instituciones cristianas, volví a la escuela: en un año terminé bachillerato, cuando ingresé en la Universidad, conseguí trabajo de profesora y me dediqué a la enseñanza.
El amor por mis hijos pudo más que mis reveses. Me acostumbré a depender únicamente de mi amado Jesús. Después de vivir sola por 22 años y con una salud precaria, Dios envió a mi profesor de la Universidad y amigo que se casara conmigo. Hasta mis hijos lo consideraban una de las bendiciones que he recibido, mi hijo el pastor lo bautizó. Después de 13 años de casados, murió el 2-5-2009 de una enfermedad misteriosa. Hace unos días leí sobre la segunda juventud, que comienza a los 70 años. Pienso que Dios a mí también me concedió la oportunidad de llegar a esa edad, antes no me había dedicado a escribir. No me interesa fama, ni el dinero, sólo dejar un testimonio silencioso de fe, a mi familia y a todo el que ponga su confianza en Dios.