Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Hebreos 11:1.
Hebreos 11 sintetiza varios testimonios, que ayudan a comprender las bendiciones de Dios, sobre los que tienen fe. Uno de esos personajes es el patriarca Enoc, séptimo de Adán, por agradar a Dios, fue trasladado vivo al cielo. En la Biblia hay escasas referencias sobre él. En Génesis 5 hay un resumen de su vida: “Y caminó Enoc con Dios, después que engendró a Matusalén, trescientos años, y engendró hijos e hijas”. Esto significa que en su vida, su mente siempre estaba en contacto con Dios. Matusalén fue el padre de Lamec y el abuelo de Noé, por fe “le fue advertido por Dios de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca” y se salvó con su familia. Mientras Noé construía el arca hacía llamados, pero la gente no creía, por su maldad todos perecieron.
Dios llamó a Abraham y salió de su tierra por fe, sin saber a dónde iba. Su obediencia fue premiada, las bendiciones llegaron y de su descendencia nació Cristo. Isaac su hijo, y Jacob su nieto siguieron creyendo las promesas: “Conforme a la fe murieron todos estos sin haber recibido lo prometido, sino mirando de lejos” a la patria celestial. José tuvo tropiezos con sus hermanos, lo vendieron pero se mantuvo fiel a Dios y lo premió: de esclavo pasó a ser el gobernador de Egipto, por casi 80 años.
Moisés fue educado “en toda la sabiduría de los egipcios y era poderoso”. Durante los 28 años que estuvo en el palacio, se capacitó para ser el sucesor de Faraón. Pero “rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón. Escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado. Por la fe dejó a Egipto, no temiendo la ira del rey; porque se sostuvo como viendo al Invisible”. Su vida cambió: del palacio pasó al desierto, de príncipe a pastor de ovejas y del tumulto a la soledad. Sacó a los israelitas de Egipto y “pasaron el Mar Rojo, como tierra seca”.
En tiempo de Josué, por su fe los muros de Jericó fueron derribados, el único que se salvó fue Rahab, una ramera que creyó en Dios y protegió a los espías israelitas en su casa, su vida cambió: fue bisabuela del rey David y de su simiente nació Cristo.
Elena tenía 9 años y estaba en tercer grado. Un día, cuando salió de la escuela otra compañera lanzó una piedra y se estrelló en su nariz. El golpe la dejó tendida en el suelo, sin sentido. Estuvo tres semanas inconsciente, como su mal continuaba no pudo seguir estudiando. A los 17 años estaba tuberculosa, según los médicos, moriría pronto. Se dedicó a la oración y al estudio de la Biblia. El 1845, comenzó a tener visiones y su vida cambió. Empezó a escribió por primera vez por inspiración divina, le sorprendió la fortaleza de sus manos, escribió toda su vida. Era tímida, pero le gustaba hablar del amor de Dios. Elena G. de White trabajó en el fundamento de la Iglesia Adventista. No hay mujer en el mundo, que le haya igualado en la cantidad de libros, que escribió por sus visiones. Muchos han sido traducidos a varios idiomas. Murió a los 87 años.
Desde niña, yo he tenido graves problemas de salud. Por la misericordia de Dios, pude ayudar a mis hijos en su educación cristiana. Hay cosas que me asombran: un día, me llamó un pastor para informarme que se encontró con uno de mi familia, estaba muy airado y le dijo que me odiaba, porque el espíritu de su mamá, con quienes tiene contacto, me acusa de su muerte. Eso me produjo un fuerte dolor, estaba mal. Soy operada de corazón abierto, y los exámenes no salían bien. Decidí dedicar el resto de mi vida a Jesús. Comencé a escribir testimonios, que he publicado en los volúmenes de “Espacios de fe“. Yo me asombro porque cada vez que escribo, mejoro. Igual que estos personajes, debemos mantenernos en oración “como viendo al invisible”, Dios.