El rey los consultó, los encontró diez veces mejores que todos los magos y astrólogos que había en todo su reino. Daniel 1:20.
El príncipe Daniel, de 17 años, con tres jóvenes fueron seleccionados y llevados cautivos a Babilonia, cuando Nabucodonosor invadió a Jerusalén por primera vez. La decisión de los cuatro fue: “no contaminarse con la comida del rey”. La alimentación vegetariana más sus oraciones los fortalecieron tanto, que tres años después de haber ingresado a esa casa de estudios, “el rey los consultó y los encontró diez veces mejores que todos los magos y astrólogos que había en todo su reino”. Daniel se destacó y permaneció en esa ciudad, hasta los primeros años del Imperio Medo-Persa.
Babilonia se encontraba junto al río Eufrates, cerca de la actual Bagdad, capital de Irak, fundada por Nimrod. Allí fue donde levantaron la Torre de Babel. Entre los ríos Eufrates y Tigris estaba Mesopotamia con excelencia agrícola, la llamaban la Media Luna Fértil. Según la Biblia, asirios y babilonios ocuparon ese lugar. El Imperio Asirio lo dominó por más de 300 años. Siguió Babilonia, alcanzó su auge alrededor del año 1800 antes de Cristo, bajo el reinado del legislador Hammurabi.
Después de Hammurabi, Babilonia se eclipsó y formó parte del imperio Asirio. Nabopolasar los venció y fundó el Imperio Babilónico. Su hijo, Nabucodonosor los llevó a la edad de oro. Fue una potencia dominante, pero no sometió a todos los reinos. Dios quería que su pueblo fuera la luz del mundo. Por la apostasía de los Israelitas, fue profetizada una cautividad de setenta años. Los jefes judíos confiaban más en lo humano, que en el poder divino y se aliaron con Egipto. Como Nabucodonosor no estaba dispuesto a perder ninguna de sus posesiones, invadió a Jerusalén el año 605 a. C. La segunda vez tomó los utensilios del templo y cautivó a diez mil judíos. La última invasión fue el año 586 antes de Cristo. Después de un largo ataque, la ciudad y el templo fueron casi destruidos, y llevados cautivos menos del resto de la población.
Nabucodonosor llevó a Babilonia, muchos habitantes de los reinos conquistados, para educarlos en su cultura. Daniel estuvo allí muchos años. Ciro el Grande puso fin a Babilónico y fundó el Imperio Medo-Persa. Cuando el reloj profético marcó el tiempo, los 70 años de cautividad se cumplieron. Ciro el Grande no sabía nada de la profecía, pero hizo lo que Dios había dispuesto, para que estuviese preparado el escenario, donde nacería Jesús. Promulgó un decreto, para que todos los cautivos y sus descendientes, especialmente los judíos, regresar a sus patrias de origen, donde serían censados. Además, ofreció devolver los dioses y objetos sagrados, tales como los utensilios del templo de Jerusalén. Darío el Medo, tío de Ciro el Grande, fue rey de Babilonia poco más de un año. Como Daniel ganó la confianza del rey, la envidia surgió en los dirigentes, y elaboraron una ley contraria a los principios religiosos de los judíos. Por orar de rodilla y con las ventanas abiertas, tres veces al día, Daniel fue condenado y arrojado en el foso de los leones, tenía 84 años y Dios lo salvó. Tuvo su última visión cuando tenía 87 años, durante “el año tercero del reinado de Ciro el Grande”. No regresó a Jerusalén por su avanzada edad, su contacto con Dios continuo y le prometió, que sus escritos proféticos serían entendidos en “el tiempo del fin” y así ha sucedido.