Porque no hay nada cubierto, que no haya de descubrirse. Lucas 12:2
El señor Schliemann era un pastor luterano. Vivía en el norte de Alemania y solía leer a sus hijos, en las noches, una traducción al alemán de los poemas homéricos: La Ilíada y la Odisea. Heinrich (1822-1890) uno de sus hijos, comentó años más tarde, su famoso descubrimiento de las ruinas de Troya. Su deseo de arqueólogo comenzó a la edad de ocho años, con la lectura de su padre. Le encantaba esa historia y terminaba discutiendo con su padre, no lo concebía como una fábula. Sin oponerse a sus argumentos basados en el conocimiento que había en esa época, se acostaba triste y lamentando que una historia tan hermosa no era real. Esa idea lo condujo a buscar a Troya.
Era adolescente, cuando terminó su estudio, comenzó a trabajar en un almacén de ultramarino. Llegaba en la mañana temprano y permanecía hasta la noche: lavaba el piso, sacaba las cuentas y vendía entre otras cosas: sal, sardinas, café, aguardiente y azúcar. Una noche, llegó un molinero borracho, como sabía La Ilíada de memoria, Heinrich gastó todas sus monedas, en aguardiente para oír recitar el poema varias veces. No entendía el griego pero le fascinó su ritmo armonioso. Eso selló su decisión.
Con el fin de tener recursos se dedicó al comercio, en países de América. Antes de sus 50 años, pensando que tenía suficiente dinero, para comenzar el camino que se había trazado, informó a sus amigos sus planes y canceló sus negocios. Durante sus años de trabajo, tenía contacto con arqueólogos y se dedicaba al estudio de poemas homéricos. Llegó a dominar 17 idiomas, incluyendo el griego antiguo. Hizo saber a sus amigos que pensaba casarse. Quería una esposa que tuviera ciertas cualidades: perfil griego y amara a Grecia, sin importar su condición social. La joven elegida fue Sofía una institutriz.
Tan pronto consiguió los objetivos preliminares, Heinrich y su esposa se fueron para Grecia, con un grupo de arqueólogos y exploradores. La única guía que tenía era La Ilíada. Cada vez que descubría una ciudad volvía al texto, para verificar si coincidía con la descripción del poema. La expedición fue costeada por Heinrich. ¡Encontró nueve ciudades! Troya era la séptima, fue destruida por un incendio, todo coincidían con la descripción del poema y con la fecha de la tradición: XI siglos antes de Cristo.
Desenterró ciudades que yacían en el olvido. Cuando tuvo la certeza de encontrar la ciudad de sus sueños, decidió tomar un descanso, esa sería la última semana de trabajo. Aún le aguardaba una gran sorpresa: la tarde del 14-6-1873, su pala de arqueólogo, tropezó con algo metálico. Muy emocionado llamó a su esposa: ¡Sofía despide a los trabajadores! ¡Da cualquier pretexto, que se te había olvidado mi cumpleaños!
Sofía siguió las indicaciones de su marido. La alegría de Heinrich era inmensa: ¡Había encontrado el tesoro real! Quería estar únicamente con su esposa, en el momento culminante de esa expedición y de su vida. Encontró un cuantioso tesoro de: ¡8.700 piezas de oro! Esa noche, Sofía se vistió con ropa según la descripción del poema, que usaban las troyanas en los tiempos de Homero. Heinrich la adornó con algunas joyas, que había usado la bellísima Helena de Troya, unos treinta siglos antes.
La constancia permitió que el sueño del niño y después del arqueólogo se hiciera realidad. Este hecho obligó a una rectificación del concepto histórico del poema. A partir del año 1873, La Ilíada se estudia en los últimos años de bachillerato, después de un cantar épico, cuya base es un hecho real del pasado.