Vivieron y reinaron con Cristo mil años. Apocalipsis 20:4
Estuve leyendo en una página de Disney, algunos consejos por si se nos ocurre realizar un viaje espacial. Debemos saber que poco después de salir de la tierra, por la gran velocidad, el humano siente como si un gigante se sentara en su pecho, por lo cual le resulta difícil respirar. Después, como no piensa en nada, la sangre fluye hacia el pecho y la cabeza, la cara se hincha, las piernas se adelgazan, el corazón se agranda, los huesos pierden calcio. Todo vuelve a la normalidad cuando regresan a la tierra. Hay que tener cuidado, porque cada uno se puede desmayar.
Esa lectura me llamó la atención porque muy pronto, los que esperamos el regreso de Jesús, realizaremos un viaje espacial y seremos transportados a la patria celestial. En ese viaje no tendremos ninguno de los problemas que sufren los astronautas. También las recomendaciones son completamente diferentes. Según le fue mostrado, en visión, al apóstol y profeta Juan, mientras se encontraba preso en la solitaria isla de Patmos, sólo los que no hayan adorado la bestia, ni a su imagen, esto es, los que obedezcan y amen a Jesús sobre todas las cosas serán llevados y “reinarán con Cristo por mil años”.
La comunicación que Dios ha mantenido con los humanos, después del pecado, se conoce como el “don de profecía”. Fue instituido para que la luz celestial fluyera sobre las tinieblas. Esas profecías son necesarias pues señalan todo lo que concierne con la misión de Cristo, es el método por el cual Dios ha dado sus “mensajes de información, dirección, amonestación y súplica a toda la familia humana” (Arturo Daniells). Esos mensajes llegaron a los profetas a través de visiones y están en la Biblia.
Dios prometió que “no hará nada… sin que revele su secreto a sus siervos los profetas” Amós 3:7. Su amor es tan inmenso, que nunca ha dejado a la humanidad en completa oscuridad. En cada época se han levantado profetas, con la luz necesaria para los que sigan a Dios salgan victoriosos. Elena de White, considerada por la iglesia Adventista como profeta, recibió mensajes por medio de visiones y sueños, aplicables a la época actual, con diferentes tópicos sobre salud, alimentación, educación, la familia, etc. En diciembre de 1848, recibió la siguiente visión: “Entonces pudimos ver en Orión un espacio abierto de donde salió la voz de Dios. Por aquel espacio abierto descenderá la santa ciudad de Dios” Primeros Escritos p. 41. Esto le fue revelado más de cien años antes que la astronomía moderna asombrara al mundo, con el descubrimiento de los “huecos o agujeros negros” en el universo. Son invisibles hasta por los potentes telescopios, lo único que se percibe es la gran fuerza de atracción, que ejercen sobre todo lo que se les acerque. Algunos científicos conjeturan que son pasos o aberturas al infinito. Por ese “espacio, agujero o hueco negro” que hay en la constelación de Orión, es por donde descenderá la Ciudad de Dios, con los redimidos de todas las edades, después de un largo paseo por mil años. ¡Qué maravilloso regreso tendrán los que decidan echar su suerte con el pueblo de Dios!