No se preocupen por el día de mañana… cada día tiene bastante con sus propios problemas. Mateo 6:34
Mientras miraba un reportaje sobre la suntuosidad de los funerales de la reina madre de Inglaterra, pensaba que ella además de riquezas, representaba poder y gloria. El destino de los humanos: ricos y pobre, reyes y mendigos siempre es el mismo, lo único que queda por la eternidad son nuestras obras. No son muchos los que tienen la suerte de vivir tanto como la reina madre. Hay niños con enfermedades incurables, que esperan en una cuna o cama el momento final. También hay otros que en su mayor esplendor y gloria han muerto accidentalmente, como sucedió a la princesa Diana.
El futuro es un tema de conversación, y una de las preocupaciones de los tiempos actuales. El equilibrio en la administración de las entradas, sin derroche y con ahorro, agrada a Dios y atiende nuestras necesidades de salud y comodidad. Si por un futuro próspero, dejamos que la ambición nos domine, nos apartamos de Dios. El hombre de la parábola de Lucas 12, murió la noche que dijo: «Alma muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate, pero Dios le dijo: necio, esta noche vienen a pedir tu alma y lo que has almacenado ¿de quién será?».
Gran impresión me causó el repentino deceso de una amiga. Esa noche me llené del rumor, que había hecho circular sobre su personalidad, terminé asociándola con la letrilla satírica: Poderoso Caballero es Don Dinero de Francisco de Quevedo (1580-1645). Si bien los tiempos cambian, el amor al dinero siempre ha existido y puede confundir al humano, que sin darse cuenta se lanza en una carrera loca hacia su propia destrucción. Una amiga procedía de un hogar humilde, y quiso labrarse un buen futuro. Su primer error fue casarse con un hombre que, a pesar de tener una buena posición económica, le llevaba 30 años. Como tal vez los objetivos de ambos estaban lejos de los planes de Dios, tuvieron una vida infernal. La última crisis violenta explotó después de cumplir los 25 años de unión conyugal. No soportaba más a su marido y quería una separación inmediata. Según sus cuentas, si él se mudaba y le dejaba la casa donde vivían, ella no tendría problemas económicos. Igual que al necio de la parábola, a los 50 años, sin padecer de ninguna enfermedad aparente, cuando todas sus ilusiones se acercaban a un final feliz, una noche repentinamente murió.
En El Deseado de todas las Gentes, leemos: «Dios no nos concede ayuda para mañana. A fin de que no nos confundamos, él no da a sus hijos todas las indicaciones para el viaje de su vida de una vez» (p. 280). Si el Rey de Gloria, Cristo, tomó la naturaleza humana y murió para redimirnos. Entonces, ¿por qué tanta preocupación por el futuro? Dejemos todo en manos de Jesús, confiemos plenamente en sus promesas y disfrutemos cada día de las bendiciones que el cielo nos otorga.