Vosotros volved hacia el desierto, camino del Mar Rojo. Deuteronomio 1:40.
Quince meses después que los israelitas salieron de Egipto, estaban cerca de la tierra prometida, cuando Dios le dijo a Moisés que enviara gentes para que conocieran: “la tierra de Canaán que iba a dar a los Israelitas”. Eligió doce: uno de cada tribu. Josué era de la tribu de Efraín y Caleb de Judá. Ordenó a esos doce príncipes, que fueran y reconocieran si sus habitantes eran fuertes o débiles, muchos o pocos, si el terreno era fertil o estéril y si tenía árboles. Los doce recorrieron a Canaán por 40 días. La noticia de su regreso llegó a los israelitas, y los recibieron con alegría, pensaban en su deseo de poseer una buena tierra. Los escuchaban cuando decían a Moisés: “llegamos a la tierra a la cual nos enviaste, la que fluye leche y miel: y este es el fruto de ella”, uvas, higo y granadas que llevaron. Los diez decían: “el pueblo que habita aquella tierra es fuerte, y las ciudades muy grandes y fortificadas”.
Caleb respondió: si vamos con Dios a posesionarnos de esa tierra, tendremos más poder que sus habitantes. Los diez espías lo interrumpieron y “dijeron: No podremos subir contra aquel pueblo, porque es más fuerte” y tiene gigantes. Por ese mal comentario, los israelitas pensaban que no podían vencer a sus moradores, se opusieron y desalentaron todo su interés. Como explicaban los peligros y dificultades, que tendrían si conquistaban a Canaán, el deseo de los israelitas cambió. Desilusionados y confundidos gritando decían: “¡Ojalá muriéramos en la tierra de Egipto o en este desierto!”. Caleb comprendió la situación y con astucia hizo lo pudo, en contra del acto maléfico de sus compañeros. Añadió: Dios prometió esa tierra a Israel.
Ellos querían un capitán para volver a Egipto, preferían el dolor de la esclavitud. Caleb y Josué trataron de apaciguarlos. Los diez espías los denunciaron y el pueblo enloquecido tomó piedras para matar a Josué y Caleb, por intervención divina, las piedras cayeron de sus manos. Por su rebeldía repetían: “¡Ojalá muriéramos en este desierto!” Dios les concedió lo que pidieron: no entraron en la tierra prometida, peregrinaron en el desierto por cuarenta años. Como los diez espías hablaban en contra de Dios, las plagas los hirieron y murieron a la vista del pueblo, para que entendieran la condenación del pecado. Los israelitas rechazaron obedecer a Dios, cuando ordenó que se retiraran, se negaron, entonces quería tomaran posesión de la tierra. Trataron de hacerlo, pero los enemigos los derrotaron y persiguieron. Por su rebeldía, el castigo de Dios siempre es justo.
Los israelitas recibieron milagros celestiales en Egipto y el desierto, pero siguieron cominos tan equivocados, que rechazaron la tierra prometida. Dios los perdonó en ese momento, su orden fue: “Volveos mañana y salid al desierto”, donde estuvieron 40 años de castigo, en representación de los 40 días que fueron a conocer la tierra prometida. Todos los rebeldes murieron en el desierto. Los únicos mayores de edad, que entraron en la tierra prometida donde nacería Jesús, fueron Caleb y Josué. (Base Números 13-14).