Incredulidad o apostasía

En ninguno de vosotros haya un corazón malo e incredulidad para apartarse del Dios vivo. Hebreos 3:12. 

            Los israelitas salieron de Egipto y peregrinaron por el desierto, durante cuarenta años, por su incredulidad algunos perecieron. Después de casi un milenio, como su apostasía continuaba, el año 587 a. C., Jerusalén fue tomada por el rey de Babilonia. El cautiverio duró 70 años. Siguieron los Medo Persas. Cuando el reloj profético marcó el tiempo, el Rey firmó el decreto para restaurar a Jerusalén y su templo. Debía estar preparado el escenario donde nacería Cristo. Los judíos perdieron de vista el amor de Dios y su religión se volvió fría. Jesús nació cuando el Imperio Romano, dominaba el mundo. Los judíos odiaban a sus invasores y esperaban la llegada del Mesías, como un Rey poderoso, para que los librara de los romanos. Interpretaban las profecías según sus deseos, pues el orgullo cegaba sus vidas. Los sacerdotes y príncipes tenían privilegios, que los romanos les habían dado y no querían perderlos. Las profecías son claras sobre el nacimiento, vida y muerte de Jesús. Como los judíos no querían entender nada, que afectara a sus intereses egoístas, rechazaron al Salvador.

            El Apóstol Pablo, romano de nacimiento y del linaje judío, como era sobresaliente y celoso de sus creencias, pasó a ser miembro del Sanedrín. Quizás no conoció a Jesús. Igual que la mayoría de los judíos, tenía un conocimiento errado de las profecías y aborrecía a los cristianos. Después del ascenso de Cristo, comenzaron a perseguir a sus seguidores y Pablo los apoyaba. La experiencia que tuvo, mientras iba a Damasco cambió su vida. Como no podía predicar en Jerusalén, por el odio de los judío, tuvo que huir y realizó cuatro largos viajes, que lo convirtieron en el primer misionero.

          Pablo tenía la esperanza de quitar el prejuicio de sus conciudadanos, de modo que aceptaran el evangelio. El éxito del trabajo que realizó durante sus viajes, desató tanto el odio de los judíos, que lo seguían para enviar falsos informes a sus dirigentes. En su último viaje a Jerusalén, por llevar a gentiles convertidos al cristianismo al Templo, lo acusaron de profanarlo. La noticia se divulgó. Lo sacaron del templo y trataban matarlo. Con furia gritaban: “¡Mátale!”. En ese momento un magistrado romano lo rescató. Aunque ignoraba la causa de esa crueldad, lo mandó a encadenar y le preguntó: “¿Quién eres y qué has hecho?” Después de su respuesta, como las cosas se calmaron, le pidió que le permitiera hablar al pueblo, y lo escuchaban atentamente. Cuando dijo que Cristo lo había escogido para llevar el mensaje a los gentiles, desató la furia y querían que muriera. De nuevo los soldados lo encadenaron, en ese momento Pablo preguntó: “¿es lícito azotar a un hombre romano sin ser condenado?” Dejaron de castigarlo, según sus leyes si era romano, debía ser juzgado por un tribunal en Roma.

             Compareció ante Nerón, igual que muchos cristianos, falsamente fue culpado del incendio a Roma. Tal vez fue decapitado el año 67. A Israel le quedaba poco tiempo, sus graves errores los mantenían muy alejados de Dios. Como perdieron la protección celestial, el año 70  bajo la bota romana, el templo y Jerusalén fueron destruidos y muchos murieron, los que sobrevivieron fueron esparcidos por toda la tierra.

 

 

Articulo publicado en Volumen XIV. Guarda el enlace permanente.

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